Más allá del mito: el verdadero vínculo entre Trump e Israel

El vínculo entre Donald Trump e Israel ha sido objeto de múltiples interpretaciones, algunas bienintencionadas y otras marcadas por teorías conspirativas que deben ser rechazadas por infundadas y peligrosas. En esta columna se busca desmontar la narrativa que presenta a Trump como un “instrumento” de intereses israelíes. A través de hechos concretos, analizaremos una relación pragmática, táctica y en constante fluctuación.
Una retórica líquida y difícil de encasillar
Trump no encaja fácilmente en moldes ideológicos tradicionales. Su estilo político es performativo y cambiante, como un espejo que refleja las tensiones internas de la sociedad contemporánea. Sin embargo, su principio rector ha sido claro: America First. Esto se refleja también en su política exterior, aunque recientemente haya sido puesta en duda por críticos.
Durante su primera presidencia, Trump fue elogiado por sectores pro-Israel debido a decisiones como el traslado de la embajada a Jerusalén o la retirada del acuerdo nuclear con Irán. Pero esta cercanía no debe interpretarse como subordinación. Confundir una buena relación con incondicionalidad es un error analítico que distorsiona los hechos y alimenta lecturas conspirativas, algunas con un trasfondo antisemita evidente.
La guerra de los 12 días y la ruptura con Netanyahu
El episodio más reciente, la llamada “Guerra de los 12 días”, desató la especulación de que Trump había traicionado sus promesas de alejamiento de guerras prolongadas en Oriente Medio por sus compromisos estrechos con Israel. Pero esto omite información crucial. El 13 de junio de 2025, Israel lanzó la operación “León Ascendente” contra Irán, sin coordinación con Washington. EE.UU. que incluso en una declaración formal tomó distancia aclarando que Israel había actuado de manera unilateral.
Al ver que el conflicto se podría prolongar indefinidamente, Trump respondió días después con su propio bombardeo —la “Operación Martillo de Medianoche”—destruyendo bunkers nucleares iraníes. El resultado fue un cese al fuego inmediato promovido por el mismo Trump, que sorprendió tanto a aliados como a detractores. Fue él quien declaró performativamente la tregua, enojándose explícitamente con Israel por querer seguir los ataques, también mostró descontento con Irán. Finalmente aquellos dos países aceptaron la paz.
Partidarios trumpistas como Taylor Greene, Steve Bannon y Tucker Carlson criticaron esta ofensiva, sugiriendo que se trataba de una concesión a ciertos grupos de presión pro-Israel, lo cual simplifica en exceso una decisión estratégica. Trump los desautorizó públicamente, criticando duramente a Carlson, reafirmando su decisión como un acto preventivo contra el programa nuclear iraní. Desde el 2011 Trump ya afirmaba que Irán no debería tener armas nucleares. Esta intervención redujo el riesgo de una escalada militar que podría haber sido el comienzo de la Tercera Guerra Mundial y, tras el demoledor ataque con aviones B2 con 14 bombas antibuker y la posterior declaración repentina de paz, dejó sin el fundamento principal el argumento israelí para continuar los bombardeos indefinidamente. Si el programa nuclear fue obliterado, no hay razón para seguir el conflicto.
Conociendo el historial de declaraciones de Trump, se puede afirmar que es muy poco probable que vaya a arrastrar a EE.UU. a una guerra prolongada contra Irán. Por el momento todo terminó, y si Israel o Irán continúan luego, violando la paz acordada, es factible que sean dejados a su suerte.
Tensiones acumuladas
Nadie parece recordar que en los últimos años y especialmente en mayo de 2025, la relación entre Trump y Netanyahu se deterioró notablemente. Desde que el primer ministro israelí felicitó rápidamente a Biden en 2020 en medio del reclamo por fraude electoral, el recelo personal de Trump hacia Bibi ha crecido. El presidente norteamericano no ha olvidado ese gesto, ni otros, como la repentina retirada de Netanyahu a participar en la operación contra Soleimani a último momento, o la supuesta presión sobre su asesor de seguridad nacional Mike Waltz, quien fue destituido recientemente por presuntas comunicaciones no autorizadas con funcionarios israelíes.
A ello se suman decisiones como la de excluir a Israel de una reciente gira diplomática por Medio Oriente, suspender visitas de altos funcionarios y establecer contactos directos con Hamás a través de Qatar, dejando fuera al gobierno israelí. También fue significativa la presión ejercida para permitir la entrada de ayuda humanitaria en Gaza y el reconocimiento de una crisis civil.
Pese a las fricciones, EE.UU. e Israel han mantenido una cooperación sostenida en áreas clave como defensa antimisiles, ciberseguridad y combate al terrorismo, lo cual mantiene su alianza histórica.
Hechos que refuerzan la autonomía de Trump
Trump ha demostrado una y otra vez que su relación con Israel no ha estado exenta de contradicciones:
- Cambió la estrategia de Defensa del Pentágono priorizando el antagonismo contra China por sobre la lucha contra el terrorismo islámico en Oriente Medio.
- Se retiró del Acuerdo Climático de París pese al pedido expreso de Netanyahu.
- Redujo la presencia militar en Siria, inquietando a Tel Aviv.
- Mantuvo una relación funcional con Turquía, rival de Israel.
- Levantó sanciones a Siria e intentó un nuevo acuerdo con Irán pese al rechazo de Israel.
- Retiró la cooperación en conflictos como el de Líbano o Yemen (con los hutíes).
Estas acciones no responden a una lógica de sumisión, sino a una visión pragmática de los intereses estratégicos de EE.UU.
Contra narrativas peligrosas
Reducir la política exterior de Trump a una supuesta «agenda sionista» es tan absurdo como aquella teoría del “peón de Rusia”, refutada judicialmente por el informe Mueller. Ambas buscan deslegitimar su autoridad presidencial. Las críticas legítimas deben centrarse en hechos, no en especulaciones e imaginarios conspirativos que alimentan prejuicios históricos.
El pueblo judío no es homogéneo: dentro del judaísmo estadounidense existen múltiples posturas hacia Trump e Israel, desde sectores progresistas muy críticos hasta conservadores que lo respaldan. Afirmar lo contrario es ignorar esa diversidad y caer en prejuicios peligrosos.
Conclusión
La relación entre Trump e Israel ha sido táctica, no subordinada. Se ha caracterizado en afinidades ideológicas y cooperación, pero también en reproches y decisiones autónomas de ambas naciones. La presidencia de Trump demuestra que es posible mantener lazos estrechos sin renunciar a la soberanía política. Cualquier afirmación de subordinación carece de evidencia y, en algunos casos, puede alimentar lecturas que históricamente han sido utilizadas con fines antisemitas.
El análisis político serio exige separar la crítica legítima de las teorías infundadas. Y en ese marco, Trump no puede ser catalogado ni como enemigo de Israel ni como su marioneta. Es, ante todo, un líder que actúa según lo que considera el interés nacional estadounidense, con una política exterior líquida, sí, pero no sin dirección.
Este análisis se realiza desde el convencimiento de que las decisiones políticas deben ser examinadas con rigor, sin caer en reduccionismos ni prejuicios. Se rechaza de forma tajante cualquier lectura que implique que comunidades étnicas o religiosas operan como bloques monolíticos o ejercen control oculto sobre gobiernos. Se deben evitar los prejuicios antisemitas, en cualquiera de sus formas, y eso incluye señalar cómo ciertas críticas mal enfocadas pueden reproducir estereotipos peligrosos.