Los genios olvidados: Cuatro innovadores que cambiaron silenciosamente el mundo moderno

Cuando se reflexiona sobre la invención, nombres como Thomas Edison, Alexander Graham Bell y los hermanos Wright suelen dominar la conversación. Sin embargo, detrás de estos íconos se encuentran otras figuras, genios olvidados, cuya obra fue igual de transformadora, aunque la historia casi los dejó atrás.

Un artículo reciente de Sky HISTORY vuelve a visitar a cuatro innovadores cuya curiosidad, persistencia y pensamiento poco convencional ayudaron en última instancia a dar forma al mundo en el que vivimos.

Charles Goodyear: el hombre que transformó el caucho

A principios del siglo XIX, el caucho se consideraba un material milagroso: elástico, impermeable y con un gran potencial. Pero presentaba defectos que lo debilitaban. El calor lo derretía, el frío lo agrietaba y, con el tiempo, se volvía pegajoso e inestable. Para la década de 1830, se consideraba que la industria estaba al borde del colapso.

Charles Goodyear, impulsado por una mezcla de obsesión e intuición, dedicó años a experimentar con formas de estabilizar el caucho. Según relatos populares sobre su vida, su descubrimiento fue accidental: supuestamente dejó caer un trozo de caucho mezclado con azufre sobre una estufa caliente y descubrió que se endurecía en lugar de fundirse.

La técnica, más tarde conocida como vulcanización, revolucionó el caucho, haciendo posible todo tipo de productos, desde neumáticos duraderos hasta botas impermeables.

Goodyear murió en 1860, mucho antes del surgimiento de la Goodyear Tire & Rubber Company, que recibió su nombre en homenaje a él.

Mary Anderson: una idea sencilla que cambió la conducción para siempre

En los albores de la era automotriz, los coches carecían de una característica crucial: los limpiaparabrisas. Con lluvia o nieve, los conductores tenían que detenerse repetidamente para limpiar el parabrisas a mano, una incomodidad que además resultaba peligrosa.

Mary Anderson presenció el problema de primera mano e ideó un dispositivo mecánico que permitía a los conductores limpiar el parabrisas desde el interior del vehículo. Patentó su diseño en 1903.

Aunque los fabricantes de automóviles inicialmente ignoraron la idea, los limpiaparabrisas se convirtieron en equipo estándar aproximadamente una década después, y su contribución gradualmente se desvaneció de la memoria pública, un destino común para las mujeres inventoras de su época.

Percy Spencer: la curiosidad que llevó al microondas

En la década de 1940, el ingeniero Percy Spencer trabajaba con un equipo de radar cuando notó que una barra de chocolate se derretía en su bolsillo. Esta observación lo impulsó a explorar cómo las microondas interactuaban con los alimentos.

Su descubrimiento dio lugar al primer horno microondas del mundo. Los primeros modelos eran enormes —más de 1,8 metros de alto y unos 340 kilos de peso—, más parecidos a maquinaria industrial que a electrodomésticos de cocina.

Pasarían otros 20 años antes de que los microondas se volvieran lo suficientemente compactos y asequibles para las cocinas domésticas.

Hoy en día, la comodidad de recalentar una comida en segundos se remonta al momento de pura curiosidad de Spencer.

Hedy Lamarr: estrella de Hollywood, inventora en tiempos de guerra

De las cuatro, Hedy Lamarr sigue siendo la más inesperada. Conocida en su época como una de las estrellas más glamurosas de Hollywood, también fue una inventora brillante y autodidacta, cuya perspicacia tecnológica perduró con creces durante su carrera cinematográfica.

Nacida como Hedwig Kiesler en Viena en 1914, Lamarr apareció en películas europeas antes de alcanzar la fama internacional por su papel en Éxtasis (1933), una película que desató la controversia por sus desnudos. Ese mismo año, se casó con el fabricante de armas austriaco Friedrich Mandl, un hombre poderoso con vínculos con líderes fascistas.

Los biógrafos lo describen como una persona controladora que ejercía un control estricto sobre su carrera y sus movimientos.

Las historias sobre su escape varían. Algunos relatos afirman que huyó disfrazándose de criada, cosiendo joyas en su ropa y escabulléndose en bicicleta; detalles que siguen formando parte de la leyenda de Lamarr, más que de un hecho confirmado.

Tras llegar a Londres, Lamarr concertó una reunión con Louis B. Mayer, director de los estudios MGM. Al principio, poco convencido de su éxito en Estados Unidos, Mayer le ofreció un contrato modesto.

Según historiadores de cine, Lamarr negoció posteriormente un contrato mejor remunerado durante el viaje por mar a Estados Unidos. Mayer insistió en que adoptara un nuevo nombre —Hedy Lamarr— para distanciar su carrera de su película anterior.

Su llegada a Hollywood fue electrizante. Los publicistas la promocionaron como «la mujer más bella del mundo». Se dice que los animadores de la época se inspiraron en sus rasgos al diseñar Blancanieves de Disney, aunque el alcance de esta influencia sigue siendo objeto de debate entre los expertos.

Lamarr actuó en varias producciones de la MGM, entre ellas Argel (1938), La dama de los trópicos (1939), Boom Town (1940) y Ziegfeld Girl (1941). Fue considerada para papeles en Casablanca y Gaslight, pero ninguno se materializó.

Después de dejar MGM en 1945, fundó su propia compañía de producción, convirtiéndose en una de las primeras mujeres en Hollywood en hacerlo.

Escándalos, luchas y reinvención

Los últimos años de Lamarr en Hollywood fueron turbulentos. Pasó por múltiples divorcios, se enfrentó a un intenso escrutinio de la prensa sensacionalista y fue arrestada brevemente por hurto en tiendas en 1966, cargos que posteriormente fueron retirados.

Ese mismo año, unas memorias escritas por un tercero, tituladas Éxtasis y yo, sensacionalizaron su vida personal. Lamarr denunció el libro como ficción y demandó a la editorial, aunque sin éxito.

Durante la década de 1970, presentó demandas por usos no autorizados de su identidad, incluida una disputa de alto perfil vinculada a Blazing Saddles (1974).

Los biógrafos señalan que también sufrió una adicción a las inyecciones del infame Dr. Max Jacobson, conocido por proporcionar «inyecciones energéticas» con anfetaminas a celebridades. Con el tiempo, se sometió a numerosos procedimientos cosméticos, algunos de los cuales, según se dice, contribuyó a su concepción.

Una mente que vio el futuro

A pesar del caos de su vida personal, la mente inventiva de Lamarr se mantuvo viva. En los sets de rodaje, esbozaba diseños y discutía ideas de ingeniería con el pionero de la aviación Howard Hughes, quien valoraba su intuición. Sus biógrafos cuentan que sugirió formas aerodinámicas de alas inspiradas en aves y peces para reducir la resistencia aerodinámica, ideas que Hughes incorporaría posteriormente a los prototipos de aviones.

El hundimiento de un barco con niños durante la Segunda Guerra Mundial, supuestamente a manos de un submarino alemán, motivó a Lamarr a buscar maneras de mejorar la guía de torpedos.
En 1940, se asoció con el compositor George Antheil para crear un sistema de comunicación por salto de frecuencia diseñado para evitar la interceptación enemiga. Su patente de 1942 pasó prácticamente desapercibida para la Armada estadounidense en aquel momento.

Décadas más tarde, los ingenieros reconocieron el diseño como un concepto fundamental detrás de la comunicación inalámbrica segura, tecnología que daría forma a Bluetooth, Wi-Fi y GPS.

Lamarr lamentó una vez cómo su apariencia eclipsaba su intelecto, afirmando que su belleza se había convertido en «una máscara que no podía quitarse».
En otra reflexión, señaló que la inventiva le resultaba natural y que las ideas surgían sin esfuerzo.

Redescubrimiento y legado

Lamarr vivió sus últimos años en reclusión y murió en 2000 a los 85 años. Su reputación experimentó una reevaluación en las décadas siguientes, que culminó en el documental de 2017 Bombshell: The Hedy Lamarr Story.

Con raras grabaciones de audio y extensas entrevistas, la película ayudó a reintroducir a Lamarr no sólo como un ícono de Hollywood, sino como una visionaria cuyas ideas ayudaron a hacer posible el mundo inalámbrico.

Juntas, las historias de Goodyear, Anderson, Spencer y Lamarr revelan cómo el ingenio a menudo florece lejos de la fama. Sus contribuciones —algunas descubiertas por casualidad, otras fruto de la perseverancia— siguen dando forma a las tecnologías de las que dependemos a diario.

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Redacción Mundo Libre
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