La Luna ¿Ingeniería del pasado? Parte I

Levantamos la cabeza y está allí. Siempre parece haber estado allí. Uno más entre los infinitos astros… nunca nos preguntamos cómo llegó hasta ese lugar. Simplemente disfrutamos de la tenue luz que refleja por las noches y que ha inspirado a poetas y artistas por milenios. Solemos creer que es una parte natural del firmamento y que un evento fortuito ocurrido hace muchos millones de años dotó a la Tierra de un satélite sospechosamente brillante y voluminoso. De esta manera obviamos, probablemente, una de las evidencias más concretas de que nuestros antepasados podrían haber alcanzado un nivel de tecnología con el que hoy ni siquiera soñamos.

La Luna, esa luna que creímos conocer desde siempre, podría no ser otra cosa que un gran artefacto de metal construido con ingeniería de otros tiempos.

Pero, ¿existen acaso argumentos que fundamenten semejante afirmación? Efectivamente, existen. Y las pistas no son necesariamente pocas. En el siguiente apartado vamos a explorar algunas de las pruebas que dan fuerza a esta insólita teoría.

Rarezas de la Luna I

Origen incierto

Los científicos más conservadores creen que hay tres posibilidades para describir el origen de nuestro satélite.

La primera teoría se denomina “teoría de la captura”, y dice que la Luna originalmente era un cuerpo errante que fue capturado cuando pasó muy cerca de la Tierra.

La segunda es la “teoría del mismo origen”. Expone que, en la evolución del sistema solar, las nubes de material se condensaron poco a poco hasta formar a nuestro planeta y su respectiva Luna en la misma región.

La tercera teoría es la “teoría de la explosión”, también conocida como “teoría de división”. Dice que la Luna es un fragmento de la Tierra primitiva, desprendido por una gran explosión o por el impacto de un cuerpo errante.

En la actualidad, se ha comprobado que las tres hipótesis tienen sus puntos débiles.

En la “teoría de captura”, los astrofísicos se encuentran con que es poco probable que un cuerpo como la Luna, cuyo diámetro equivale al 27% de la Tierra, pueda ser fácilmente absorbido por la gravedad de nuestro planeta. Por otra parte, el ángulo requerido para que el satélite pueda ingresar a la órbita de la Tierra es muy preciso, y no puede desviarse ni un poquito. De lo contrario, el cuerpo podría ser capturado por cualquier otro planeta del sistema solar. Incluso si la Luna entrara con un ángulo preciso en el perímetro de la Tierra, su órbita tendría que ser elíptica, en lugar de la perfecta órbita circular que posee en la actualidad.

La “teoría del mismo origen” requiere que los componentes y la estructura física de la Luna sean similares a los de la Tierra. En tal sentido, esta no puede explicar por qué ambos astros tengan densidades tan dispares, siendo la de la Luna apenas un 60% de la de la Tierra, lo cual difiere además del resto de los astros del sistema solar. Además, en las muestras lunares existen seis elementos que no se encuentran en la Tierra, y algunos no solo en la Tierra sino en el sistema solar entero.

Mientras, la “teoría de la división” también ha sido relegada porque no es explicable con los conocimientos de la dinámica del universo, además de la cuestión de los materiales y otros factores.

En definitiva, ninguna de las teorías planteadas hasta ahora concuerda con la extraña realidad de este satélite.

Dado que ninguna de las hipótesis formuladas puede establecer un origen certero, ¿de dónde vino realmente la Luna?, ¿es un capricho del espacio?, ¿podría acaso tener un origen artificial? Cuando esta idea se difundió por primera vez, hubo una gran cantidad de personas que la rechazaron de inmediato, basadas por lo general en los conceptos tradicionales. Sin embargo, desde que salió a la luz, muchos científicos independientes descubrieron y expusieron una variedad de argumentos que podrían probar que la Luna es efectivamente un satélite artificial.

¿Por qué se ve del mismo tamaño que el Sol?

El factor del tamaño podría considerarse una mera anomalía en un pequeño sistema solar como el nuestro, sino fuera porque la relación entre el diámetro de la Luna y el del Sol (1/395) es exactamente la misma que hay entre la distancia entre la Luna y Tierra y la distancia entre la Tierra y el Sol. Esta llamativa coincidencia en las proporciones hace que tanto nuestra estrella como nuestro satélite luzcan del mismo tamaño en el firmamento, alternándose como perlas durante el día y la noche.

Es decir, aunque los tamaños del Sol y la Luna son completamente diferentes y ambos se encuentran a distancias de la Tierra completamente dispares, sorprendentemente se ven del mismo tamaño desde la Tierra. Es por eso que en los eclipses de solares, la Luna tapa milimétricamente al Sol.

Creer que una coincidencia tal con sus consecuentes efectos podrían darse en forma natural es prácticamente tan difícil como aceptar que un teléfono celular con GPS surge de una casual combinación de partículas.

Eclipe Solar – Pixabay

La cara oculta: una insólita coincidencia

Mientras  gira,  la Luna siempre tiene la misma cara mirando hacia la Tierra. Esta sincronicidad en sí misma es increíble, y desde el punto de vista astronómico no se conocen otros ejemplos en que el tiempo de rotación y traslación de un satélite sean iguales. Más sorprendente es que, aunque nadie sabe cuánto tiempo la Luna estuvo girando así alrededor de la Tierra, un mínimo de desviación habría llevado a que este fenómeno no se produjera.

Hasta que nuestras naves espaciales pudieron tomar fotografías, el otro lado de la Luna permaneció como un misterio para la civilización moderna. Pero cuando las primeras imágenes mostraron que la cara oculta se hallaba llena de baches, cráteres y montañas, y que además tenía muy pocos mares de lava, el enigma se acrecentó. Los científicos no podían encontrar respuestas a las diferencias entre ambos lados de la Luna. Si la Luna efectivamente era un cuerpo natural en el espacio cósmico, las posibilidades de que toda su superficie sufriera impactos de meteoritos, considerando el tiempo que se halla orbitando, no serían bajas.

Esto significa que la cara más “bella”, plana y de mejor reflexión apunta todo el tiempo a la Tierra como un reflector, mientras que ni bien comienza el territorio de la parte oscura que nos da la espalda, se observa una superficie completamente irregular, plagada de cráteres profundos.

Otra vez detectamos el patrón de que una anomalía lunar inexplicable a partir de la dinámica natural beneficia caprichosamente a la vida sobre la Tierra.

Corteza a prueba de impactos

Los científicos dicen que los agujeros en la superficie lunar fueron formados por impactos de meteoritos y cometas. Hay cráteres también en la Tierra, y según los cálculos, si un meteorito de unos pocos kilómetros de diámetro se estrella contra la superficie de la Tierra o la Luna a una velocidad de 30 mil kilómetros por segundo, la profundidad de penetración debería ser igual a entre 4 y 5 veces el diámetro del propio cuerpo. De hecho, los cráteres en la Tierra cumplen con tal norma física. Sin embargo, los cráteres de la Luna son extraños: todos son muy superficiales. El cráter Gagarin tiene solo 6 km de profundidad, pero más de 300 km de diámetro. Según los cálculos, con un diámetro de 300 km, la profundidad debería ser por lo menos de unos 1.200 km, un tamaño groseramente mayor al que se presenta en la realidad.

¿Por qué sucede esto? Los científicos solo pueden concluir que bajo la superficie lunar, a unos 6 km de profundidad, hay una capa estructural de material muy duro que no permite que los meteoritos penetren. Entonces, ¿qué es esta estructura de material duro? ¿Por qué la Tierra u otros cuerpos naturales no la poseen?

Artículo publicado originalmente en la Revista 2013 y más allá

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Redacción Mundo Libre
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