Fotografía terapéutica: hacer las paces con el pasado a través de imágenes
Era el 15 de marzo de 2016 cuando Roy, el marido de Shelley Lynch, falleció repentinamente a causa de una disección aórtica. El desafortunado suceso se había revelado en los sueños de Shelley unas noches antes en forma de accidente de avión, aunque en aquel momento lo tomó como una simple pesadilla. Visiones sobrenaturales similares la conducirían a un viaje de curación y de intercambio a través de la fotografía terapéutica.
Shelley es doctora y tiene un máster y ejerce a tiempo parcial como asesora clínica de salud mental. Su marido, Roy, era un terapeuta craneosacral formado y apasionado por ayudar a la gente a dejar atrás los traumas.
La pareja tenía lo que Shelley describe como una «conexión muy estrecha», por lo que su partida de este mundo fue una realidad difícil de aceptar para Shelley. «Para sanar, pasé el primer año practicando paddle boarding todos los días al amanecer antes del trabajo», dijo. «Estaba pasando por los movimientos de la vida, pero sin vivir realmente».
Una conexión que trasciende la muerte
En su blog personal, Shelley comparte que la relación con su marido continuó después de su muerte. Su profunda conexión le permitía percibir su presencia y sentir su energía como muy «palpable y sólida».
Aunque sabía que era «un poco loco», era plenamente consciente de oír su voz en su mente, respondiendo a sus preguntas y contando sus habituales chistes. «Se aseguró de bromear y compartir cosas que sólo Roy diría, ayudándome a creer que todo esto era verdad….real». A través de esto, comprendió que tenía un marido invisible muy presente, cariñoso y atrayente.
Después de un año de enfrentarse a esta nueva realidad, Roy se le presentó en un sueño y le dijo: «Quiero que tengas una cámara profesional Canon para Navidad». Shelley contó que durante sus años juntos, Roy tenía la costumbre de fotografiar todo para compartir la belleza que veían sus ojos.
Un nuevo comienzo
«Sabía que la cámara me ayudaría a conectar de nuevo con la curación natural de la madre naturaleza y me devolvería la vida», dice Shelley. Compró la cámara dos semanas después y empezó a aprender por sí misma, fotografiando el amanecer cada día.
La naturaleza se convirtió en su estudio fotográfico y empezaron a aparecer compañeros amistosos en sus instantáneas. «Por aquel entonces, sabía que los delfines entraban en el río donde vivo, así que me metí en el agua al anochecer y, para mi sorpresa, los delfines vinieron y fotografié sus colas con el agua anaranjada del atardecer».
Le trajo tanta alegría a su vida que convirtió sus visitas en un hábito. «Ahora, los delfines me incluyen en su manada, me presentan a sus crías y me lanzan peces», dijo. Su afición a la fotografía se convirtió en una pasión significativa, destinada a compartir con el mundo un mensaje de esperanza.
Shelley dijo que durante una de las visitas de Roy después de su muerte, le preguntó qué era lo que más echaba de menos de estar en un cuerpo. Dijo: «Echo de menos comer, beber y conducir, y todos los aspectos por los que los seres entran en los cuerpos. Echo de menos experimentar texturas, sabores y sentir la brisa en la cara».
Esto hizo que Shelley apreciara la fortuna de estar viva y valorara las experiencias más sencillas. «Me recordó que debía fijarme en los árboles, los pájaros, la brisa, toda la Naturaleza». Esto se convirtió en la esencia de lo que intenta transmitir con su fotografía.
Una experiencia transformadora
Hoy, Shelley piensa que es una mujer completamente diferente a la que era hace seis años, cuando su alma gemela falleció. «Al principio no quería que la vida siguiera, ahora me entusiasma lo que viene».
Comparte que encuentra un sinfín de alegrías al capturar la belleza de la vida con su cámara, a lo que se suma el placer de pasar el rato con los delfines y los pájaros. «¡Pellízcame, tengo mucha alegría! ¿Quién lo iba a decir? Roy lo sabía».
Aunque el viaje que Shelley recorrió para aceptar su pérdida estuvo lleno de dolor, la llevó a encontrar su propio camino de vuelta a la paz, la alegría y un corazón abierto. Su historia se narra en un breve documental realizado por la propia Shelley, My Invisible Husband, en el que comparte la historia de la repentina muerte de Roy, los sueños, sus inicios en la fotografía y la evolución de su relación con los delfines.
Su alentadora historia y las cautivadoras imágenes que toma de la naturaleza, han inspirado a innumerables personas en todo el mundo.
Una lección invaluable
Shelley habla de una de las lecciones más valiosas que aprendió en el proceso. Una noche, Roy le dijo: «Me voy a ir por un tiempo para que sigas adelante… Es importante para mí que deje ir más», y aunque Shelley quería tener a Roy con ella para siempre, sabía que tenía razón. «Volvió a animarme para que yo deje ir más. Sí, es necesario renunciar y dejar ir más».
La escuela Buda y la escuela Tao enseñan que todo en la vida sucede por una razón y que soltar los apegos es la clave de la felicidad, aunque impliquen a nuestros seres queridos.
Shelley anima a los demás a comprender que no hay separación entre el mundo físico y el no físico. «Lo que sé con certeza es que nuestros seres queridos pueden visitarnos y asistirnos, todo lo que tenemos que hacer es pedir, confiar y entregarnos».
Comenta Shelly en su documental: «El sol sale y se pone, la vida sigue».
Las reflexiones y el trabajo de Shelley se pueden encontrar en su blog personal, en las páginas de las redes sociales y en una galería de New Smyrna Beach que muestra sus fotografías de la vida salvaje.