Estética y virtud en las artes clásicas, Parte I – Visual
Derivado del adjetivo latino classicus, el término “clásico” se refiere a lo que pertenece a una categoría “del más alto orden”. Cuando se aplica al arte, el clasicismo pone énfasis en la proporción, la simplicidad, la emoción contenida, la claridad de la estructura y la búsqueda de la perfección.
Pero las exigencias rigurosas de una forma de expresión tan elevada implican más que el desarrollo de habilidades artísticas. Exige el cultivo de la virtud, para que la obra del artista cumpla con los estándares tanto en técnica como en contenido.
A lo largo de la historia, el estudio de las artes se consideró como un medio infalible para desarrollar y nutrir el carácter, y no solo para los artistas profesionales. Beneficiando a personas de todos los ámbitos de la vida, la enseñanza del arte tradicional era una parte rutinaria de la educación y el desarrollo de casi todos los niños. Los estudios artísticos no estaban destinados a crear virtuosos, sino a sentar las bases para el cultivo de virtudes para cualquier camino que el niño siguiera como adulto.
Pero el estudio del arte clásico se ha desplazado en gran medida en los planes de estudio actuales, con menos y menos personas que saben cómo crear, o incluso apreciar, el arte clásico… ¿Estamos a punto de olvidar el legado divinamente inspirado de nuestros antepasados?
Cultivar la virtud a través de los estudios artísticos
Al principio de la historia, el arte sirvió como una herramienta para que los seres humanos representaran lo que es bueno y hermoso en la humanidad. Así, temas como la belleza, la amistad, la gracia y la gratitud eran comunes en el arte antiguo.
Transmitir un contenido tan noble y dominar la técnica adecuada para hacerlo requería práctica continua, autodisciplina y resiliencia. Un artista clásico normalmente dedicaría incontables horas a refinar su trabajo en la humilde búsqueda de la perfección.
El estudio de las artes clásicas también dotó a las personas de un sentido de la belleza y una brújula moral. Al enfatizar la armonía, la proporción y la claridad de la estructura, las obras clásicas apelan a la capacidad innata del individuo para identificar la bondad y reconocer su expresión en el mundo en forma de belleza.
Los valores morales se celebraron en el arte clásico, no solo a través del virtuosismo técnico de los artistas, en sí mismo un reflejo de su carácter, sino también a través de su contenido. Las obras de arte que representan conceptos rectos como el honor, la lealtad, la generosidad y la unión, así como la belleza y la sencillez de la vida cotidiana, predominaron en el arte clásico.
El concepto erróneo de la creatividad
¿Alguna vez has estado en una galería de arte rascándote la cabeza preguntando cómo un revoltijo de líneas y colores, a menudo sin orden aparente, podría calificar como arte? Es posible que te digan: “Tienes que usar tu imaginación y tener una mente abierta”, desacreditando tu capacidad innata para reconocer la belleza y haciéndote creer que careces de la capacidad para comprender y apreciar el arte.
El problema deriva, entre otras razones, de un concepto de creatividad alterado y relativamente reciente. Entendida actualmente como una fuerza arrolladora que nos impulsa hacia una forma loable de autoexpresión, a menudo se piensa que la creatividad es un esfuerzo natural y sin esfuerzo. Siempre que una creación trasciende las formas tradicionales, se considera creativa en virtud de su originalidad.
Este alejamiento de la tradición es lo que ha llevado al ámbito del arte a su actual estado confuso. En el pasado, la creatividad requería un enfoque disciplinado. Visto como un medio para crear algo nuevo y valioso, el trabajo creativo exigía que los artistas no solo usaran sus talentos lo mejor que pudieran, sino también que su estado mental fuera óptimo para crear una pieza que pudiera hablarle al alma de la audiencia.
Cuando el arte es tomado como una herramienta para expresar sentimientos, intuiciones y deseos espontáneos, sin restricciones de emoción, se aleja de su ideal original y antiguo de representar lo bueno de la humanidad. Asimismo, cuando la virtud y la disciplina no están en el centro de los medios y aspiraciones de un artista, la técnica —o la falta de ella— y el contenido de las obras de arte están destinados a afectar los valores estéticos de la humanidad e, inevitablemente, su conducta moral.
Breve historia del auge y la caída del arte clásico
Varios siglos antes de Cristo, en el marco incomparable de la antigua Grecia, la idea de las artes y su papel en la formación de la cultura humana ya era tema de debate entre filósofos y estudiosos.
En su famosa obra “El Banquete”, Platón discutió la idea de belleza. El filósofo de la antigüedad explicó que la función de la belleza era servir a la humanidad como camino de regreso al Cielo, recordándole lo divino. La necesidad de expresarlo y preservarlo condujo al desarrollo y refinamiento de las artes, creando los más altos estándares en técnica y contenido que caracterizan la estética clásica.
Aunque el arte clásico perdió su lugar durante la Edad Media, fue redescubierto y llevado a nuevas alturas durante el Renacimiento europeo. Pintores y canteros se inspiraron en la sabiduría del pasado y revivieron no solo las técnicas de la antigua Roma y Grecia, sino también la conceptualización de la divinidad, cerrando así la brecha entre el cristianismo y el pensamiento platónico.
A los artistas que deseaban estudiar artes clásicas se les enseñaba en un taller o estudio privado conocido como atelier, donde un artista profesional capacitaba a un pequeño número de estudiantes en artes visuales o bellas artes. La forma, la proporción y la armonía, como se enfatizaba en la antigüedad, eran el centro de la instrucción.
El arte se aleja de la tradición
Fue en el siglo XIX cuando las artes dieron un giro radical. Nacido de un deseo de romper con el arte académico, el impresionismo surgió como un arte de inmediatez y movimiento. Los colores de las pinceladas libres tuvieron prioridad sobre las líneas y los contornos, mientras que los efectos visuales se enfatizaron sobre los detalles. A menudo se usaban pinceladas cortas «quebradas» de colores mezclados y sin mezclar para lograr el efecto de vibración de colores intensos.
Hacia fines del mismo siglo, hizo su aparición el arte abstracto. Queriendo crear un nuevo tipo de arte que representara los cambios que se estaban produciendo en las esferas tecnológica, social y filosófica, muchos artistas occidentales abandonaron la perspectiva lógica del Renacimiento y la reemplazaron por el arte no figurativo.
El resultado fue un tipo de arte que se apartó de la realidad, basado en la creencia de que la representación perfecta, como pretendía el arte clásico, era imposible. La notable alteración del color y la forma eran el componente principal de las obras abstractas, en las que los elementos retratados no se tomaban de la realidad, sino que eran creados enteramente por la imaginación del artista.
Vincent Van Gogh y Pablo Picasso fueron dos de los artistas más conocidos que rompieron con la norma. El primero, considerado el máximo representante del movimiento posimpresionista, vio en el arte una herramienta para reflejar su alma atribulada: “Pongo mi alma y mi corazón en mi trabajo, y he perdido la cabeza en el proceso. Afligido por una severa depresión y pobreza a lo largo de su vida, el artista holandés capturó su mundo interior a través de pinceladas dramáticas, impulsivas y expresivas que, combinadas con audaces elecciones de color, sentaron las bases de lo que se conoce como “Modernismo”.
Mientras que Van Gogh podría considerarse como el primero en promover la complacencia de los sentimientos en la creación artística, Picasso podría considerarse el precursor de la representación deformada. Aunque el pintor español había recibido una formación formal en las técnicas del arte clásico, su obra introdujo un enfoque de la representación artística en el que el tema se descomponía subjetivamente en componentes y se volvía a montar de forma abstracta.
Así fue como se fundó el movimiento cubista, considerado el primer y más influyente movimiento artístico del siglo XX.
Fue durante estos tiempos, cuando los artistas emergentes estaban dejando de lado el contenido y la técnica del arte clásico, cuando apareció la fotografía. La posibilidad de capturar escenas con un grado de precisión hasta ahora inimaginable llevó a muchos artistas a cuestionar el valor del arte clásico, ahora conocido como realismo, y desarrollar nuevas formas de ver el mundo.
Las consecuencias del arte desviado
Sin la carga de las altas exigencias del arte casi perfecto, los pintores cedieron a sus propios caprichos e ideologías estéticas, dando lugar a la miríada de estilos artísticos que observamos hoy. Al ignorar el cultivo de la virtud, el arte moderno puede degradar tanto la moral como la moralidad.
El contraste entre el arte tradicional y el moderno se ajusta a la dualidad filosófica apolínea y dionisiaca. Las artes tradicionales, como el dios griego Apolo, representan la prudencia, la lógica, la razón, el orden y la pureza, apelando a la bondad y la belleza que el ser humano puede mantener a través del autocontrol.
El arte moderno, como el dios del vino y la danza Dionisio, se nutre de las pasiones, las emociones y los instintos inherentes a los seres humanos, y se entrega a la irracionalidad y el caos. Cuando se empuja al público a apreciar ese trabajo, los artistas clásicos tienen dificultades para ganarse la vida.
Algunos estilos de arte populares hoy en día están relacionados con la depresión, y no es difícil ver por qué. Es poco probable que las imágenes sombrías, oscuras, sin refinar y caóticas inspiren, y en su lugar retratan el espíritu de desesperanza y lucha, dejando al espectador triste y confundido. Esta mentalidad puede resultar en un comportamiento antisocial, falta de autocontrol e incluso el suicidio.
Mirando el estado político, ambiental y social del mundo actual, uno podría asumir que la humanidad está en declive; sin embargo, recuerda el proverbio: «Siempre es más oscuro antes del amanecer». Tenemos dentro de nuestros corazones la capacidad de rechazar lo negativo y abrazar lo positivo. Al volver a la tradición, podemos ver un nuevo renacimiento que iluminará e inspirará a muchas generaciones futuras.