El trasfondo de la misteriosa muerte de Li Keqiang y las fracturas que dividen el liderazgo de China

Por Janet Qi, Comentario
La repentina muerte del ex primer ministro chino Li Keqiang en octubre de 2023 conmocionó a toda China, pero para muchos, el relato oficial fue recibido con profundo escepticismo. Las autoridades afirmaron que Li murió de un ataque cardíaco repentino mientras nadaba, pero persisten los rumores de un crimen.
Ahora, ha surgido una acusación dramática que aviva esas sospechas. Un personaje que afirma tener información privilegiada, bajo el seudónimo «Nada que decir», ha presentado lo que describe como un relato detallado de un asesinato orquestado por el Estado. Según este denunciante, la muerte de Li no fue un accidente trágico, sino una ejecución fría y calculada, denominada Operación 23107, ordenada desde dentro del propio aparato estatal chino.
Asesinato sancionado por el Estado
El denunciante alega que un equipo encubierto de seis hombres, incluyendo operativos con entrenamiento militar, recibió la tarea de inducir una «lesión cardiogénica irreversible» en Li mediante el uso de un agente nervioso insípido e incoloro conocido como «Cardio-Disruptor». Desarrollado en laboratorios militares secretos, el agente fue supuestamente introducido en un vaso de agua purificada que Li bebió justo antes de su baño habitual en la Casa de Huéspedes Estatal del Suburbio Este de Shanghái el 26 de octubre. En menos de una hora, el cuerpo de Li comenzó a desfallecer en el agua. Al mediodía, flotaba, sin reaccionar.
La operación, según la fuente, se ejecutó con precisión militar: tres meses de preparación, 42 ensayos y roles estrictamente compartimentados. Un agente se encargó de la interferencia de señales, otro aseguró el perímetro y un tercero, cuyo nombre en clave era «Chen», organizó un rescate, practicando RCP ante testigos.
El acto final: un traslado de emergencia a un hospital preseleccionado, la sucursal de Pudong del Hospital Shuguang, una maniobra diseñada para crear la ilusión de un esfuerzo médico genuino pero inútil. A las 12:23 p. m., Li fue declarado oficialmente muerto.
Rupturas dentro del Partido
Tras el incidente, la maquinaria de supresión supuestamente entró en acción. Se borraron datos, se reescribieron historiales médicos y se silenció al personal del hospital. El denunciante afirma que los involucrados en la operación fueron dispersados; el líder del equipo, según se informa, desapareció en Myawaddy, una ciudad fronteriza fuera del alcance de China. Todo el asunto, afirma, ha estado bajo secreto de alto nivel durante 30 años.
Si estas acusaciones son ciertas —y cabe destacar que siguen sin verificarse—, pintan un retrato escalofriante de un régimen dispuesto a eliminar incluso a sus figuras más importantes para proteger su control del poder. Las implicaciones son profundas.
Li Keqiang era considerado uno de los pocos altos funcionarios dispuestos a decir verdades incómodas. En 2020, durante la Asamblea Popular Nacional, sorprendió a muchos al reconocer que 600 millones de chinos aún vivían con menos de 1.000 yuanes (unos 140 dólares) al mes, una flagrante contradicción con la emblemática afirmación de Xi Jinping de erradicar la pobreza. Y su discurso de despedida al dejar el cargo en marzo de 2023 —«El cielo tiene ojos»— ahora parece, en retrospectiva, una advertencia silenciosa y premonitoria.
Oculto a simple vista
Este presunto asesinato se enmarca en un patrón más amplio de tensión dentro del Partido Comunista Chino. En un episodio separado, pero igualmente extraordinario, Liu Yuan, hijo del ícono revolucionario Liu Shaoqi, supuestamente criticó duramente al régimen en una reunión ampliada del Politburó en mayo. Sus demandas eran radicales: nacionalizar el ejército, disolver la Comisión Militar Central, revivir los principios semidemocráticos de la «Nueva Democracia» y abandonar décadas de ortodoxia del Partido, incluido el «Pensamiento de Xi Jinping».
Incluso el Diario del Ejército Popular de Liberación parece haberse sumado al coro del descontento. Una serie reciente de editoriales, críticas apenas disimuladas al nepotismo y la corrupción, incluía una impactante advertencia: «Las malas tradiciones familiares conducen a la tumba». Muchos observadores interpretaron esto como un ataque poético pero directo contra Xi y su esposa, Peng Liyuan, por su supuesta intromisión en nombramientos militares.
Lo que emerge de esta tormenta de intrigas es la imagen de un régimen asediado por conflictos internos, que lucha por silenciar la disidencia, moldear sus narrativas y mantener el control mientras las grietas se agrandan en su fachada, antaño impenetrable. Xi Jinping, quien en su día pareció ostentar un poder casi absoluto, ahora enfrenta desafíos por todos lados.
Para quienes observan la escena política china, estos acontecimientos representan una clara alarma: la era de dominio indiscutible del PCCh podría estar llegando a su fin. El presunto asesinato de Li Keqiang, sumado al audaz desafío de figuras como Liu Yuan, expone un liderazgo cada vez más dividido y un futuro ensombrecido por la incertidumbre.
China se encuentra hoy en una encrucijada histórica. ¿Redoblará la represión autoritaria, o podría surgir una auténtica reforma —o incluso una revolución— de las fracturas? Una cosa es segura: las grietas están empezando a aparecer, y el mundo debe observar atentamente cómo se desarrolla el siguiente capítulo en la turbulenta historia de China.