El monopolio chino de las tierras raras no durará mucho

Durante años, el Partido Comunista Chino (PCCh) ha utilizado su dominio sobre los minerales de tierras raras como un arma política y económica. Incluso el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, durante su primer mandato, enfrentó dificultades para contrarrestar el control de Pekín sobre esta industria de importancia estratégica.
Esta semana, Trump y el primer ministro australiano, Anthony Albanese, alcanzaron un importante acuerdo para ampliar la cooperación conjunta en minería y producción, un paso clave hacia la reducción de la dependencia mundial de las tierras raras chinas.
El dominio actual de China no se construyó gracias a la innovación, sino debido al vacío que dejó Occidente.
A finales del siglo XX, las preocupaciones medioambientales llevaron a Estados Unidos y otras naciones industrializadas a abandonar la minería y el refinado de tierras raras. Pekín, dispuesto a asumir los costos ecológicos, aprovechó la oportunidad y rápidamente se apoderó de la cadena de suministro global.
En 2010, en medio de crecientes tensiones con Japón por las islas Senkaku (Diaoyu), China restringió las exportaciones de tierras raras, utilizando su dominio como herramienta de presión.
Este mes, Pekín fue aún más lejos, exigiendo que los fabricantes extranjeros obtengan una aprobación oficial antes de exportar cualquier producto que contenga incluso trazas de tierras raras chinas.
La medida afecta a casi todas las industrias modernas: desde la electrónica y la defensa, hasta el sector automotriz y los dispositivos médicos.
Actualmente, China controla aproximadamente el 70 % de la minería mundial de tierras raras, el 90 % del refinado y cerca del 98 % de la producción de imanes.
El PCCh reconoció hace décadas el valor estratégico de estos minerales y construyó un cuasi monopolio mediante subsidios estatales, adquisiciones estratégicas e inversiones a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta.
Solo en 2024, las empresas chinas gastaron más de 22.000 millones de dólares en la adquisición de minas en el extranjero, superando con frecuencia las ofertas de sus competidores occidentales.
Las regulaciones ambientales laxas y la mano de obra barata permitieron a Pekín refinar tierras raras a precios muy inferiores a los de Occidente, obligando a sus rivales a abandonar el mercado.
El refinado es un proceso intensivo en recursos: consume hasta 22 veces más agua y energía que la propia minería. Al mantener los precios globales artificialmente bajos, Pekín convirtió a gran parte de Occidente en un mero importador.
El punto ciego estratégico del ambientalismo occidental
La protección del medio ambiente en Occidente, aunque bien intencionada, creó una vulnerabilidad estratégica.
Durante su primer mandato, Trump impulsó políticas de presión comercial sobre Pekín, mientras que los líderes europeos se mostraron reacios a enfrentarse directamente con China.
Solo después de una persistente presión diplomática estadounidense, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, introdujo el concepto de “reducción de riesgos” (de-risking), destinado a disminuir la dependencia económica de China.
Ahora, con Pekín nuevamente utilizando las tierras raras como ficha política, Occidente ha comenzado a reconstruir activamente sus propias cadenas de suministro.
La iniciativa de “reducción de riesgos” ya no es teórica: ha entrado en fase de ejecución.
Australia, aliado clave de Washington
Como cuarto productor mundial de tierras raras, Australia se perfila como el socio más natural de Estados Unidos.
En 2024, atrajo casi el 45 % de la inversión global en exploración de tierras raras, con 89 proyectos activos, frente a solo 12 en Estados Unidos.
El lunes, ambos gobiernos anunciaron una serie de inversiones conjuntas:
- Alcoa y First Quantum desarrollarán una nueva refinería de tierras raras en Australia Occidental, con financiamiento de Japón, Australia y Estados Unidos.
- El Banco de Exportaciones e Importaciones de Estados Unidos (Ex-Im Bank) aportará 2.200 millones de dólares para fortalecer la cadena de suministro minera australiana.
- Ambos países acordaron establecer un mecanismo de estabilización de precios que garantice una tasa mínima de recuperación de costos para los productores, dado que los proyectos de tierras raras suelen requerir entre 30 y 40 años para recuperar la inversión.
- Washington y Canberra también se comprometieron a utilizar canales diplomáticos para bloquear nuevas adquisiciones de minas por parte de empresas vinculadas al Estado chino.
El fin de un monopolio
El PCCh tardó más de tres décadas en construir su dominio sobre el sector de las tierras raras.
Pero con Estados Unidos, Australia, Japón y Europa coordinando políticas e inversiones, el equilibrio de poder comienza a cambiar.
Los analistas predicen que, en tres o cuatro años, las nuevas alianzas internacionales podrían redibujar el mapa del suministro mundial y poner fin al casi monopolio chino.
“La ventaja de China en las tierras raras se está erosionando”, declaró un experto de la industria a Vision Times. “Los costos ambientales, el escrutinio global y las nuevas alianzas están cambiando las reglas del juego. El monopolio no durará”.
Por Dongfang








