A 26 años del inicio de la persecución a Falun Dafa: el genocidio silencioso que persiste en China

Este 20 de julio se cumplen 26 años del inicio de la persecución sistemática del régimen comunista chino contra los practicantes de Falun Dafa (también conocido como Falun Gong), una disciplina espiritual que promueve los valores universales de Verdad, Benevolencia y Tolerancia. Desde entonces, decenas de millones de personas han sido víctimas de una campaña brutal que ha incluido difamación, encarcelamientos ilegales, torturas, trabajos forzados, violencia sexual y sustracción forzada de órganos.

Organismos de derechos humanos han calificado esta represión como un «genocidio sin precedentes», y cada año se celebran vigilias y marchas en todo el mundo para visibilizar los crímenes del Partido Comunista Chino (PCCh), aún silenciados por muchos gobiernos y medios internacionales.

Una práctica pacífica que creció rápidamente

Falun Dafa fue presentado al público en 1992 por el Maestro Li Hongzhi en la ciudad de Changchun. Combinando ejercicios suaves, meditación y enseñanzas morales, la práctica se expandió rápidamente por toda China. Para 1999, estimaciones oficiales del propio régimen calculaban entre 70 y 100 millones de practicantes, superando en número a los miembros del Partido Comunista.

Su popularidad, sin embargo, fue vista como una amenaza por el entonces líder del PCCh, Jiang Zemin, quien ordenó erradicar la disciplina. El 20 de julio de 1999 comenzó la represión a nivel nacional, marcando el inicio de la persecución religiosa más sangrienta del siglo XXI.

La maquinaria represiva del PCCh

Para ejecutar la campaña, Jiang creó la temida Oficina 610, un organismo extralegal con poder absoluto por encima de las autoridades judiciales, policiales y administrativas. Desde entonces, miles de practicantes han muerto por torturas y abusos, según confirma el sitio Minghui.org, aunque se cree que la cifra real es mucho mayor. Millones han sido detenidos, forzados a renunciar a su fe o enviados a campos de trabajo forzado.

Uno de los aspectos más escalofriantes de esta persecución es la sustracción forzada de órganos. Múltiples investigaciones internacionales —entre ellas las del abogado canadiense David Matas y el periodista Ethan Gutmann— han documentado cómo los practicantes de Falun Dafa han sido utilizados como banco de órganos vivos para abastecer un sistema de trasplantes a pedido, operado por hospitales civiles y militares en China.

Un caso emblemático citado por la revista National Review en 2020 describe cómo una mujer recibió cuatro corazones compatibles en apenas diez días. Según expertos médicos, esto sólo es posible si hay una reserva de órganos obtenidos de forma forzada.

Propaganda, censura y control ideológico

La persecución ha sido acompañada de una campaña masiva de difamación por parte de los medios estatales chinos. Libros fueron prohibidos, los practicantes estigmatizados como «secta» sin evidencia, y las plataformas tecnológicas chinas censuran toda mención a Falun Dafa.

Incluso expresiones tradicionales de espiritualidad son blanco del régimen. En 2019, el gobierno de Hebei demolió una imponente estatua de la diosa Guanyin de casi 58 metros de altura. Su delito: ser demasiado popular entre los fieles. El PCCh no tolera ninguna creencia que compita con su autoridad ideológica.

La apelación pacífica y la excusa para la represión

En abril de 1999, cuando se intensificaban las campañas de difamación, 10.000 practicantes se reunieron en silencio frente a la Oficina de Apelaciones en Beijing para pedir justicia. La protesta fue pacífica, sin pancartas ni disturbios. Tras dialogar con representantes del gobierno, se ordenó la liberación de practicantes detenidos, y los manifestantes se retiraron en orden.

Sin embargo, Jiang Zemin aprovechó el evento para justificar su plan represivo. En julio, se lanzó oficialmente la campaña de erradicación. Según documentos internos, el régimen buscó excusas para criminalizar a Falun Dafa desde años antes.

Los practicantes resisten

A pesar de los años de represión, la práctica no desapareció. Grupos de derechos humanos estiman que al menos 20 millones de personas continúan practicando Falun Dafa en China, en su mayoría en la clandestinidad. Fuera del país, los practicantes han liderado iniciativas como el movimiento Tuidang (Renuncia al Partido), que alienta a los ciudadanos chinos a cortar sus lazos con el PCCh y sus organizaciones afiliadas.

A través de manifestaciones, exposiciones, demandas judiciales e investigaciones independientes, la comunidad internacional ha ido tomando conciencia, aunque lentamente. Aún así, muchos países y organismos evitan pronunciarse por intereses económicos o geopolíticos con Beijing.

Practicantes de Falun Dafa participan en una concentración el 11 de julio de 2024 en Capitol Hill para demostrar su práctica de la meditación y protestar por los 25 años de persecución del régimen comunista chino contra su fe en su China natal. (Yu Lili/The Epoch Times)

Una campaña que no ha terminado

El fallecimiento de Jiang Zemin en 2022 no marcó el fin de la persecución. El PCCh ha redoblado sus esfuerzos para silenciar tanto a los practicantes dentro de China como a quienes denuncian estos crímenes desde el exterior. La campaña contra Falun Dafa es parte central del aparato represivo del régimen, y continúa siendo una grave herida abierta en materia de derechos humanos.

Hoy, a 26 años del inicio de esta tragedia, recordamos a las víctimas, honramos a quienes han resistido con dignidad y renovamos el compromiso de dar voz a los que no pueden hablar. Porque la verdad, la benevolencia y la tolerancia no pueden ser suprimidas para siempre.

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Redacción Mundo Libre
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