176.º aniversario de la revolución húngara y de la guerra de independencia

A continuación, transcribimos parte del discurso del primer ministro Viktor Orbán del 15 de marzo de 2024 en Budapest:

Compañeros, húngaros alrededor del mundo, damas y caballeros,

En marzo de 1848, Europa estaba en llamas: la sangre fluía en las calles de sus capitales, y en Viena la gente luchaba en barricadas. ¿Qué estaban haciendo los húngaros? Estábamos escribiendo un poema. Estábamos compilando nuestros Doce Puntos. Estábamos caminando de Pest a Buda: esa fue nuestra primera Marcha por la Paz. Liberamos a prisioneros políticos sin disparar un solo tiro, fuimos al teatro y vimos una producción patriótica, y en el intermedio cantamos el «Nemzeti dal» [Canción Nacional]. Y al final, habíamos ganado. Nueve meses después, exactamente el mismo día, nació Zoltán Petőfi [El poeta húngaro más famoso]. La Revolución Húngara no fue destructiva sino constructiva, no fue negativa sino positiva. Fue verdadera y hermosa. Y al final, lo que surgió de ella no fue la muerte, sino la vida. Así es como se ve una revolución cuando la hacen jóvenes húngaros. El mundo occidental de hoy proclama que la pregunta más importante en la vida humana, o al menos en la vida política, es qué tipo de mundo dejamos a nuestros hijos. ¡Qué error colosal! De hecho, es lo contrario: la pregunta no es qué tipo de mundo dejamos a nuestros hijos, sino qué tipo de hijos dejamos al mundo. En verdad, todo depende de esto. También todo dependía de esto en 1848. Hace ciento setenta y seis años, los húngaros pudieron luchar por la libertad de su patria porque, y solo porque, el Tío Petrovics, la Mamá Jókai, el Papá Vasvári y la Mamá Irányi dejaron al mundo hijos finos y libres de espíritu que amaban su patria. Los padres de los Jóvenes de Marzo sabían que solo hay una patria mientras haya personas que la amen. Sabían que la patria húngara vivía bajo la amenaza eterna. Su tamaño no era lo suficientemente grande, su pueblo no era lo suficientemente numeroso y su riqueza no era lo suficientemente alta como para garantizar su supervivencia. La patria húngara se sostiene solo con el amor de sus ciudadanos y la fuerza de sus corazones; esto es lo que nos hace especiales. En el mundo occidental de hoy, millones de personas piensan y viven como si vinieran de la nada y fueran hacia la nada. Por eso no tienen consideración, y están convencidos de que no deberían tener consideración, por nada ni por nadie: inician guerras; destruyen mundos; redibujan las fronteras de los países; como langostas, lo consumen todo; desprecian a los muertos y niegan los derechos de los que aún no han nacido. Nosotros, los húngaros, vivimos de manera diferente, y queremos vivir de manera diferente. Venimos de algún lugar, y vamos hacia algún lugar. Todo lo que tenemos, lo recibimos de nuestros ancestros, y junto con eso, la misión de mantenerlo y transmitirlo. Esa es la esencia de la libertad húngara. Para nosotros, la libertad no es un placer o una pasión: los húngaros no se consideran libres solo porque no tienen hambre, o porque en sus mentes no son atormentados por la miseria. No nos hacen libres que todos hagan lo que les plazca. Para nosotros, eso no es suficiente. Para nosotros, la libertad es poder construir un país donde no debamos responder a ningún señor feudal. Y la supervivencia en el mundo de lo que es húngaro es importante para nadie más que para nosotros. Pero sabemos que la calidad húngara de existencia es una forma especial, singular y sublime de vida humana. Lo más grande que nos puede pasar es que nazcan húngaros. En el mundo occidental se imagina que las personas son solo quienes son por sí mismas: solo su elección libre determina de qué estados se convierten en ciudadanos, deciden si serán niños o niñas, la familia es lo que inventan para sí mismos, y la patria es simplemente un campo de operaciones. Nosotros, los húngaros, no creemos en todo eso; sabemos que si estás solo en el mundo no eres libre, sino solitario. Los jóvenes del 15 de marzo golpearon las puertas y gritaron al mundo la noticia de que nosotros, los húngaros, somos compañeros no solo en la amistad y la familia, sino también compañeros en la patria: compatriotas. De hecho, mis compañeros son también aquellos que me precedieron y aquellos que vendrán después de mí; porque la vida de los húngaros es una cadena continua, desde San Esteban, pasando por el Rey Matías, Sándor Petőfi y los húngaros de 1956, hasta nosotros y más allá. ¡Gloria a nuestros ancestros!

Un viajero está recorriendo Europa. Ve a un hombre al costado del camino, rompiendo rocas con un martillo neumático. «¿Qué estás haciendo?» pregunta. «¿No ves? Estoy rompiendo rocas, ¡ese es mi trabajo!» Más tarde ve a otro hombre rompiendo rocas. «¿Qué estás haciendo?» «¿No ves? ¡Estoy construyendo una catedral!» Hoy en día, la Izquierda Europea, incluida la Izquierda Húngara, está rompiendo rocas. Esta es su vida: robots sin un propósito superior, privados de pasado y futuro. Pero nosotros estamos construyendo una catedral. Esta es nuestra vida: el esfuerzo colectivo de mil cien años. La catedral de Hungría se eleva a partir de los bloques de construcción de cuarenta generaciones. Los héroes del ’48 vieron la catedral. Vieron la patria en lo alto, que se eleva por encima de lo ordinario y le da un significado superior a nuestras vidas finitas. Por eso actuaron con valentía incluso cuando sus vidas estaban en peligro, e incluso cuando no había posibilidad de victoria, o de que ellos mismos ganaran la victoria. ¡Gloria a los héroes de marzo!

Bruselas no es el primer imperio que posa su mirada en Hungría. Somos un pueblo orgulloso y digno de respeto. Hacer que nos dobleguemos, que nos inclinemos y que nos asfixien es un doble éxito, y se ve como una forma de desanimar a los rebeldes en otros lugares que muestran signos de inquietud. En los últimos quinientos años, todos los imperios han comprendido, tarde o temprano, pero han comprendido que no llegarán a ningún lado con nosotros mediante la opresión, el chantaje, la violencia, los «húsares de Bach» [oficiales extranjeros que se hacen pasar por húsares húngaros] o los «abrigos acolchados» [paramilitares comunistas]. La luna creciente [otomana] se desvaneció hasta desaparecer, las garras del águila de doble cabeza [de los Habsburgo] se desgastaron, y la Estrella Roja ya no está. Somos el grano de arena en la maquinaria, el palo atascado entre los radios, la astilla bajo la uña. Otros rompen sus dientes y cuchillas con nosotros, y sus hachas se quedan atrapadas en nuestro tronco. Somos el David que Goliat preferiría evitar. Pisoteamos las banderas otomanas en Nándorfehérvár, en Pest el 15 de marzo volvimos el mundo del revés en un solo día, en 1956 perforamos el comunismo mundial por debajo de la línea de flotación, y en 1989 quitamos el primer ladrillo del Muro de Berlín. En Estambul, Berlín, Moscú y Viena se dieron cuenta de que es bueno para todos si nos dejan en paz. Y con el Compromiso de 1867 mostramos que, si se nos concede respeto, lo devolveremos en la misma medida, y crearemos una era pacífica y próspera hasta donde alcanza la vista.

Parece que solo Bruselas no quiere entender esto. Por lo tanto, si queremos preservar la libertad y soberanía de Hungría, no tenemos más opción que ocupar Bruselas. En 1848 nos detuvimos en Schwechat. No lo haremos ahora. Ahora marcharemos hacia Bruselas y realizaremos el cambio en la Unión Europea nosotros mismos. No somos precisamente novatos, ya que somos un estado que tiene mil cien años de antigüedad, somos experimentados y resistentes a los golpes, y sabemos por qué puerta marchar y cómo reorganizar la Unión Europea. Es hora de que el Consejo de Lugartenientes en Bruselas vea conveniente temblar. No podemos aceptar que Bruselas haya abandonado a los europeos e incluso se haya vuelto en su contra. No toleraremos que arruinen a los agricultores, desposean a las clases medias, arruinen empresas europeas, se apoderen de los derechos de las naciones, esclavicen a nuestros hijos con deudas, y, además, lleven a toda Europa a la guerra. Aquí en Budapest sabemos lo que es la guerra: cientos de miles de muertos, personas mutiladas de por vida, viudas, huérfanos, puentes destruidos, cráteres de bombas, decenas de miles sin hogar. Una vida y una generación de vidas se gastaron en la última guerra. Hungría solo puede prosperar con paz. ¡No queremos la guerra!

En lugar de paz tenemos guerra, en lugar de seguridad tenemos un tumulto de estado de derecho, en lugar de prosperidad tenemos chantaje financiero. Nos han engañado. Es hora de levantarse. Es hora de restaurar la autoestima del pueblo europeo y el autoreconocimiento del pueblo europeo. No estamos solos. Los polacos pueden haber sido arrastrados por la ola de la Izquierda de Soros, pero los eslovacos están de pie nuevamente, los checos están despertando, los austriacos se están preparando, los italianos están encontrando su rumbo, los holandeses ya están de pie, y los estadounidenses están rebelándose. Este será un año decisivo. A principios de año estábamos solos; para fin de año seremos la mayoría en el mundo occidental. Grandes oportunidades se están abriendo para nosotros. Nos espera un giro soberanista en América y Europa. Se puede restaurar la normalidad tanto en Europa como en América, y podemos inaugurar una gran nueva era para las naciones occidentales, en la que todos puedan encontrar su propio camino hacia adelante. Todos, excepto aquellos que se han borrado de la historia. Aquellos que han roto su juramento de servir a la nación. Aquellos que han atacado traicioneramente a su país desde atrás. Aquellos que se dedican al sabotaje en Bruselas para quitar dinero a los maestros y maestras de jardín de infantes. Aquellos que abrirían las puertas a los migrantes. Aquellos que entregarían a nuestros hijos a activistas de género desequilibrados a cambio de treinta monedas de plata de Bruselas. Aquellos que se han vendido a sí mismos y aquellos que los han comprado a libra para obtener poder. Aquellos que fueron peores que las fuerzas enemigas y los quintacolumnistas en 1848–49. No, no encontrarán su camino hacia adelante: están destinados a ser recordados como traidores. Magda Szabó escribe: «El traidor es olvidado, el traidor ya no existe, muerto, nunca conocido». 

Desde la época de Petőfi, para cada generación de húngaros y cada joven húngaro llega el momento en que se debe tomar una decisión: ¿estás del lado de la justicia, o estás pidiendo unirte al rebaño global de baladores? Debes decidir si seguirás el camino de la justicia húngara, o si tomarás el bulevar del Imperio Soros. ¿Romperás rocas o construirás una catedral? ¿El arnés para bebés de Bruselas o la libertad húngara? ¿Guerra o paz? Las elecciones europeas son el 9 de junio. ¡No debes esconderte! ¡Debes decidir! ¿Defenderás a tu país o serás alimentado por extraños? Y nosotros, los padres, obtendremos la respuesta: qué tipo de hijos hemos dejado al mundo.

Dios sobre todos nosotros, Hungría ante todo. ¡Adelante Hungría, adelante húngaros!

Traducido del inglés al español por Candela Sol Silva

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Candela Sol Silva

Estudiante de ingeniería, periodista, entrevistadora y asesora política.

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